En esta ciudad eras el agua. Había un chipi chipi en tus ojos y supe que de alguna manera bailabas bajo la lluvia tu propia música. Por eso te amé mientras leía cien años en silencio, quién lo sabe ahora.
En un segundo escenario la vida en Macondo es el río que nos lleva en un poema mio, por eso te quise. En cambio en el río San Marcos estamos todos y ninguno de nosotros. Desde los puentes hicimos los juegos de saltar de uno al otro lado. El agua se escribe sola, sola al remojar los pies en el agua, al pasar por los ojos y salir causalmente. Honrarás a tu padre y a tu madre y también al agua que no has de beber.
El agua se escribe sola y cae como lluvia y no es lluvia. En las lúgubres condenas del silencio el agua es un cerillo de monjes perdidos en los túneles inmensos de la memoria. La sociedad ha dibujado tremendos ciclones que se metieron a las casas.
El agua, como tú, eran las cosas que no son todavía. Aveces soñaba hacia adelante y no aprendí a empezar un viento previo al aguacero, ni ofrecí el anuncio débil del pronóstico del tiempo en agosto sin torrenciales tifones.
En la cadena vitalicia del agua, el agua es la cascada alegre de una botella con destino a la boca, luego garganta húmeda, habla para un congreso de saliva.
Se solicita un par de labios para esta sed. Adentro el agua recupera su esencia y es bebida debido a la buena samaritana. Y ahí estabas tú al borde de la noria en la casa abandonada del arroyo.
El agua criolla comienza a escurrir por gruesos mejillones de la tierra e intérprete del llanto confunde a los organilleros de un teatro público a las afueras del pueblo. Esta es la canción olvidada en las vías del tren que va a Medellín, al menos puedo mentir un poco para completar el último estribillo, en donde el padre del General me llevó a conocer el hielo.
Te pareces al agua, ahora que viéndola bien mojas. En esta ciudad eras el agua. Había un chipi chipi en tus ojos y supe que de alguna manera bailabas bajo la lluvia tu propia música. Por eso te amé, quien lo sabe. Construida en las noches, en pequeños descuidos lloviznas.
Eres la cofradía de elementos, el útil desamparo de la evaporación de las manos, el conjuro al revés de la tierra en los ojos. El agua huye y se arrastra a su agujero, sáquenla ahora del tiempo, demoledores felices del silencio.
La noche sigue sola permitiendo la lluvia, apenas un decir que es en los lentes, la ciudad luce sus encandiladas marquesinas que se anuncian unas con otras.
Documental en el exilio, llevas el papel en la espalda y escribes con los dientes. Hay letras que saben interpretar el silencio de las gotas desde una gotera de cloro. La tempestad es un hueco en la nostalgia, el agua escurre agua y mece el trampolín de ausencias.
Por la calle corren los que corren con su viejo paraguas, su impermeable a prueba de gotas y las botas mojadas ya en las banquetas y arroyos que la calle va formando, bajo la lluvia existen.
Un monto de fulanos recorren la calle principal, fuertemente equipados, para hacer frente a esta contingencia y salir airosos de quien sabe dónde o para qué chingados. Van a realizar la compra de sus vidas y a venderla.
Iba viéndote salir de un tubo, recoger basura de un árbol y desparecer en el misterio de una alcantarilla, iba a seguirte luego, hasta no poder, uno de los dos sobrevivir. Despertar. Morir sin honor.
Dicen que el agua canta. Dicen que canta, como frente a un pelotón de soldados en la frente del coronel Aureliano Buendía. Tal vez canta bajo la lluvia existente en los ojos de Pilar Ternera, su señora esposa que no leía.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA