Acusado de haber encumbrado en el 2000 a Andrés Manuel López Obrador en la lucha política por la presidencia de la República, el expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León dice que él construyó la democracia y que el tabasqueño la está destruyendo. Pero ahora se sabe que Zedillo llegó a la presidencia por el asesinato de Colosio y por ser el garante de la continuidad del proyecto neoliberal del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Como Zedillo es economista, entonces aplica el principio de que las cosas deben salir si todo lo demás permanece constante; es decir, su formación de economista matemático que le sirvió para inventar el Fobaproa y salvar a los bancos de la quiebra –a costa de hundir a millones de deudores de la banca que perdieron casas y vehículos– ahora no le alcanza para entender la dinámica de la democracia, ni aún si el político Manuel Bartlett Díaz le prestara algunos de los algoritmos de la computación electoral de 1988, con el fraude electoral de Carlos Salinas de Gortari que fue el huevo de la serpiente de los tecnócratas que instalaron el neoliberalismo y al cual pertenecía en la primera fila del salinismo el propio Zedillo.
La definición minimalista de la democracia es muy sencilla: competir para ganar bajo las normas de la ley. En sus cinco incursiones electorales –el gobierno del DF en el 2000, las dos competencias presidenciales que perdió según la democracia y las apabullantes victorias electorales en 2018 y 2024–, López Obrador cumplió con todas las exigencias de las leyes electorales, incluyendo los espacios permisibles legalmente para obtener beneficios sin desconocer la autoridad del instituto Electoral. Es decir, López Obrador se movió en función de los marcos referenciales estrictos de las leyes electorales, por lo que sus victorias pudieran ser criticables por excesos y vicios, pero reconocibles de ajustarse a los términos de la ley.
Y si en una democracia gana el que tiene más votos y no se sale de los marcos legales, entonces el ejercicio de la democracia en el poder debe darse también cumpliendo con todos los requisitos legales: puede no gustar la reforma judicial y pueden listarse objeciones que en su puesta en práctica se van a revelar como conflicto, pero López Obrador cumplió el método democrático, inclusive fue más allá: el 5 de febrero enlistó casi una veintena de iniciativas de ley que serían la bandera de los candidatos a legisladores federales y estatales y se puso públicamente como meta la consecución de la mayoría calificada de dos terceras partes de los legisladores en cada Cámara.
El Instituto Nacional Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y los resultados electorales tuvieron que darle la victoria a López Obrador y a su candidata Claudia Sheinbaum Pardo con el 60% de los votos presidenciales y las mayorías calificadas en la Cámara de Diputados y el Senado en función de la interpretación misma de la ley que en 2018 hicieron nada menos que los santones de la democracia antipopulista autoritaria: Lorenzo Córdova Vianello y Ciro Murayama Rendón. El reacomodo de lealtades es democrático si cumple con las reglas, aunque puede ser condenado desde la moral pública el tráfico de votos que también hizo gala el PAN, el PRI y el PRD.
En este contexto, el discurso del expresidente de Zedillo en una asociación de juristas al servicio del derecho privado –porque su preocupación es que las empresas privadas ya no podrán mangonear jueces, magistrados y ministros– solo puede ser caracterizado como un berrinche expresidencial y una arbitrariedad analítica al argumentar dictaduras y tiranías que dice que van a venir, aunque el propio Zedillo como priista y como garante del modelo autoritario neoliberal de Salinas manejó el país y los poderes como una dictadura y hasta como una tiranía.
El problema de Zedillo es que ejerció un discurso dictatorial y hasta tiránico al lanzar rayos de Zeus contra López Obrador, en el entendido de que el tabasqueño se los ha ganado y no puede impedir que lo maldigan de esa forma, pero el expresidente beneficiario del asesinato de Colosio no puede manipular a su gusto y arbitrariedad el concepto de la democracia: con su mayoría, López Obrador y aliados puede hacer lo que le venga en gana, hasta que la propia sociedad organizada como oposición partidista, política o moral pueda frenarlo en tribunales.
El discurso de Zedillo se redujo a una diatriba contra el enfoque asistencialista –ni siquiera populista– de López Obrador para defender el derrotado proyecto neoliberal de Salinas de Gortari que Zedillo no pudo darle continuidad en el 2000 y ese modelo de desarrollo cayó presa en los vaivenes electorales desde que el PRI perdió la presidencia hasta que la ganó López Obrador.
El demócrata Zedillo enfureció por el voto popular de la democracia.
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Política para dummies: la política siempre humilla a la política.
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Por Carlos Ramírez
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