El proceso para que el presidente no tenga contrapesos y pueda hacer lo que le dé su regalada gana, como sucedía en los tiempos del PRI, sigue su marcha. La reforma judicial está consumada, regresando a nuestro sistema de gobierno a los tiempos en que la Suprema Corte de Justicia hacía lo que le mandaba el presidente.
En ese período, se realizaron cambios a la constitución prácticamente con cada presidente; los diputados y senadores eran conocidos en los medios como “levanta dedos”, y todos los gobernadores pertenecían al partido hegemónico. Los congresos de los estados, igualmente, estaban completamente alineados con los deseos del mandatario de la nación.
En días pasados, vimos cómo un congreso aprobó sin mayor trámite la reforma judicial que propuso el presidente. Aunque la oposición tuvo un voto para poder frenarla, el senador Miguel Ángel Yunes lo cedió, muy probablemente por presiones y amenazas del gobierno.
Lo más sorprendente: ¡en once horas, los congresos de 17 estados aprobaron dicha reforma! Probablemente ni siquiera leyeron el contenido de lo que estaban aprobando. En la época del priismo, se acataba sin chistar cualquier propuesta de ley hecha por el presidente; no había una oposición que molestara cuestionando, ni instituciones independientes que controlaran el poder del gobierno. Así pues, vivimos épocas como cuando fue presidente Luis Echeverría y nombró candidato a la presidencia a José López Portillo, quien ganó la presidencia con el 100% de los votos. Todo se manejaba discrecionalmente bajo los deseos del presidente imperial. ¡Qué tiempos, señor don Simón!
Sin embargo, no existían dos condiciones que hoy están presentes: el TLCAN, que, de acuerdo con el Dr. Alejandro Rodríguez Arana, Profesor e Investigador de Tiempo Completo del Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, ha generado, sin duda, un incremento considerable del comercio exterior. En México, antes del TLCAN, la razón de comercio exterior a PIB (exportaciones más importaciones entre PIB) era de poco menos del 30%.
En los últimos años, dicho indicador de apertura comercial es superior al 85%. Sin duda, un importantísimo motor de la economía que tiene como uno de sus pilares el estado de derecho. Veremos la reacción tanto de EE. UU. como de Canadá ante este cambios aunque sabemos que no serán positivos para México
La otra situación es el empoderamiento y reposicionamiento del crimen organizado. La política de “abrazos, no balazos” ha originado que la delincuencia no solo haya podido hacer crecer sus operaciones, sino que, abiertamente, influye para poner candidatos a modo, asegurándose de que ganen para controlar zonas importantes del país.
La violencia provocada por las bandas delincuenciales está presente en todo el país, en algunos lados como Tamaulipas, Sinaloa, Chiapas, Zacatecas, Michoacán, el Estado de México, Guanajuato, por nombrar algunos lugares.
Habrá que ver cómo se redactan las leyes secundarias y los reglamentos producto de dicha reforma pero el nombre del juego es el desmantelamiento de las instituciones para centralizar el poder en Morena, pero principalmente en el presidente, bueno, en Andrés Manuel López Obrador, quien seguirá siendo el presidente de facto.
Va a mantener el poder basado en su popularidad y las alianzas de poder que ha hecho con personajes innombrables de la política mexicana y en sus incondicionales dentro de la estructura del poder, como su hijo Andrés Manuel López Beltrán, quien ocupará la directiva de Morena, ya sea como secretario general o de Organización. Claudia Sheinbaum será quien oficialmente tenga el título y quien actuará según se le indique. López Obrador no necesitaba reelegirse (por ahora); seguirá mandando. A Claudia Sheinbaum ¿Qué papel le tocará? ¿de florero presidencial?