TAMPICO, TAMAULIPAS.- La llevan tatuada en la piel, le rezan con fervor y le piden con devoción. La Santa Muerte guía sus pasos. Ellos miran hacía delante y ella -dicen- les cuida la espalda.
Cada primero de mes su rezo no debe faltar, pero el 1 de noviembre es un día especial. Tiran la casa por la ventana en su honor y la celebran por todo lo alto.
En punto de la 1:00 de la tarde los fieles empiezan a llegar, algunos son devotos de “la flaquita” desde hace 40 años, las nuevas generaciones también se hacen presentes. Jóvenes, niños y hasta bebés acompañan a los más grandes y en un ambiente de fe, todos miran con admiración el altar de “la niña blanca”.
La dinámica no es distinta a lo que uno ve en la iglesia. Flores, velas, cantos y rezos son parte del festejo. Algunos incluso, le rezan a “la niña blanca” de la misma manera que otros lo hacen con Dios o San Judas Tadeo.
“Yo solo le pido que me dé salud y trabajo” nada más eso, comenta uno de los asistentes.
El callejón Reforma recibe a cientos de creyentes desde hace 2 décadas, cuando fue fundado por Doña Mely. Desde que ella partió, un comité muy selecto de aproximadamente 10 personas son los que constantemente se encargan de su mantenimiento y limpieza.
Todas las Santas Muertes están listas para iniciar la procesión. Visten llamativamente con colores vibrantes así como velos y vestidos largos, los cuales no son nada económicos. El ajuar de “la patrona” ronda arriba de los $2,000 mil pesos.
Como si se tratará de una hija más, también les celebran sus quince años con todos los elementos que debe llevar está distinguida quinceañera.
“Tenemos una costurera especial que le confecciona sus vestidos a la medida, ella ya la conoce muy bien y se sabe las medidas exactas de sus manitas, por ejemplo” agrega uno de los organizadores.
El sol en pleno apogeo no detiene a los asistentes. En punto de la 1:30 de la tarde, sale la caravana de creyentes con dirección a la plaza hijas de Tampico, recorren la zona de los mercados municipales y finalizan dónde todo comienza, en el callejón Reforma.
El olor a incienso se impregna en la ropa. Las velas aromáticas y el humo del cigarro complementan la atmósfera.
Después de la peregrinación, todas las festejadas son acomodadas de tal manera que luzcan desde las más antiguas (algunas con 20 años de vida) hasta las más nuevas (1 año).
Se preparan para el mariachi y la gente calienta la garganta con un trago para cantarle fuerte y claro a “la dama delgada”.
“Mafiosos y de la ley se la empiezan a tatuar, políticos y altos jefes hasta le tienen su altar. Yo le prendo sus velitas, no es un delito rezar”.
La fiesta va para largo, más rezos y el show travesti adornan la noche. Los fieles, cansados pero no abatidos, no dejan de venerar a “la flaca”.
Le susurran sus peticiones y agradecimientos, la besan, la tocan y le acomodan su ajuar. Se persignan, la saludan y le aplauden.
Ante la mirada de reojo los transeúntes, ellos crean una comunidad que arropa a todo aquel que se acerca. Creyente o no, dan la bienvenida e invitan a degustar todos los alimentos que hacen en honor a la Santa Muerte.
Marginados por la sociedad y condenados por su fe, ellos se mantienen tranquilos, aseguran que de eso y más ya se encargará “la patrona”.
Por. Karen Salas
Expreso-La Razón