Hace algunas semanas, el exfutbolista Javier “Chicharito” Hernández fue objeto de linchamiento mediático por expresar opiniones sobre los roles de género que no coincidían con el discurso oficial. Este episodio revela cómo, en nuestra sociedad, aún no existe verdadera libertad para debatir sobre género sin ser atacado o censurado por cuestionar la corriente dominante.
La polarización que vivimos en torno al tema de género es evidente. Muchas mujeres que se autodenominan “empoderadas” pareciera que, más que buscar igualdad, persiguen ventajas o privilegios que distorsionan el sentido original de justicia. Es importante recordar que, por naturaleza y por biología, hombres y mujeres somos diferentes, aunque iguales ante la ley. ¿Por qué entonces habríamos de buscar una igualdad que ignora esas diferencias esenciales y termina creando conflictos y expectativas irreales?
Este ejemplo ilustra bien lo que he pensado y quiero expresar: no estoy en contra de los derechos de las mujeres ni de la justicia social, pero sí me resisto a un discurso que busca privilegios bajo la bandera de la igualdad. Como ha señalado la escritora Camille Paglia, el feminismo contemporáneo a menudo impone una visión única y excluyente de lo que significa ser mujer, limitando la libertad individual y la diversidad de experiencias.
No me identifico con esa visión que desprecia a quienes eligen criar, cuidar o acompañar, como si sólo valiera la mujer que compite en el mercado laboral o reproduce modelos masculinos de poder.
Sin embargo, reconozco que en ciertas áreas como la brecha salarial aún hay trabajo pendiente. Ahí sí quiero igualdad: que me paguen por mi capacidad intelectual, compromiso y responsabilidad, no por mi género. No busco privilegios, sino justicia basada en el mérito. Christina Hoff Sommers, defensora del feminismo equitativo, también advierte contra la búsqueda de cuotas o favores que desvirtúan el verdadero mérito.
No acepto ser “la mujer del equipo” que llega por cuota y no por competencia real. La verdadera equidad se construye con oportunidades para todos, no con inclusión artificial o exigencia de mediocridad.
No creo que todos los problemas sociales se expliquen por un sistema patriarcal opresor. Esa narrativa victimista simplifica la realidad y oculta que también hay mujeres que abusan y hombres que sufren injusticias.
Me preocupa que el feminismo actual no admita matices ni debate, y que se convierta en una trinchera moral donde quien no está de acuerdo es enemigo.
No busco la guerra de sexos, sino colaboración y reconocimiento del valor de la diferencia. No quiero competir con los hombres, sino trabajar con ellos y que se valore mi esfuerzo sin tener que disfrazarme de víctima.
Rechazo el feminismo que se presenta como única vía para la dignidad. Hay muchas formas de ser mujer y todas merecen respeto.
No quiero más etiquetas ni representantes que hablen por mí. Quiero construir mi lugar con libertad y responsabilidad.
No estoy compitiendo con hombres ni con mujeres. Estoy buscando mejorar mi propia versión.
Y eso no se llama feminismo. Eso se llama dignidad.
Por Martha Herrera | Columna «Razones»
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